María Walewska; la esposa polaca

Nacida Maria Laczinska en Kiernozia (Polonia), el 7 de Diciembre de 1786. Su familia pertenecía a la nobleza polaca, por lo tanto disfrutó de una niñez desahogada y feliz junto a sus cinco hermanos. Todo cambió cuando el día 10 de octubre de 1794, los polacos se levantaron contra sus invasores rusos, en la batalla de Maciejowice. El padre de nuestra protagonista, Mateo Laczinski, terrateniente y alto funcionario, que además era conocido por su valerosidad, participaba en la contienda. Perdieron la lucha contra el Imperio ruso y Mateo resultó herido de gravedad, lo que le ocasionó la muerte. La situación no podía ser más penosa, Eva Laczinska, quedaba viuda con seis hijos y con graves dificultades económicas.

Por suerte los Laczinski encontraron un preceptor francés, Nicolas Chopin, padre del que fue gran compositor y pianista Frédéric. Era un hombre de gran sensibilidad, que enseño a la joven Maria su idioma, pero poco le duraba a la familia la buena suerte, pues el buen hombre tuvo que abandonar el cargo por falta de dinero para pagarle. Pero aún así la joven aprendió, además del francés, el alemán, música y baile. La educación moral en aquella época para una dama de buena familia. 

En su corazón solo cabían dos pasiones: la religión y el patriotismo. Hacia ya trece años que Rusia fue ocupada por los rusos, anexionándosela. Pequeño país entre dos colosos Prusia y Rusia, su destino ha sido siempre el de verse sojuzgada.

Maria tenía dieciséis años y se había convertido en una joven muy agradable, era una damita hermosa, con una encantadora carita redonda, rosada, en la que destacaba unos ojos azules muy candorosos, aunque ligeramente separados, unos rasgos delicados, y todo ello enmarcado por unos bucles rubios, que le daba al conjunto de su cara un aire de dulzura encantador, de cuerpo era pequeña, pero, muy bien proporcionada.


En esa época, aparecieron dos caballeros dispuestos a pedirle su mano. Uno era un hombre joven, hermoso, decente, de muy buenas formas. Era muy rico y de excelente familia, y aunque el joven agradó mucho a Maria, tenia un defecto enorme, era ruso, hijo de uno de los generales que más se ensañaron con Polonia. El conocido patriotismo de la joven se manifestó en contra de ese matrimonio. El otro era Anastasio Colonna de Walewice-Walewiski, tenía sesenta años y era viudo por segunda vez y para mas adorno, el mayor de sus nietos tenía nueve años mas que la pretendida. Era muy rico, y en el país donde vivían los Laczinski era el señor, el poseedor de tierras y del castillo, el que impartía la ley y el orden y el único que recibía a los pobres y les daba de comer. En su día había sido chambelán del difunto rey y en los días solemnes ostentaba el cordón azul de la Orden del Águila Blanca. Era el jefe de una de las castas mas ilustres de Polonia, además de descender, al menos así se aseguraba, de los Colonna de Roma, llevaba las mismas armas y por consiguiente era más antigua que cualquier familia del reino. 

Napoleón I

La madre de Maria favorecía el enlace, al que la pobre joven no tuvo el valor de oponerse. De todas maneras cuando se hizo público el enlace cayó enferma y estuvo cuatro meses entre la vida y la muerte. Aún convaleciente, se casó o la casaron.

María, vivió tranquilamente por tres años. Ya se había acostumbrado a su anciano cónyuge, la joven ponía toda su intención en intentar amarlo, tal vez nunca lo consiguiera, pero al menos era una esposa solícita y obediente, que además, el día 16 de junio de 1805, en Walewice, había alumbrado un niño sano, Antoine. Continuaba la flamante condesa apegada a sus ideales religiosos y patrióticos.

Súbitamente, un suceso transformó su apacible vida: Napoleón había declarado la guerra a las potencias centrales, Austria y Prusia. En Austerliz las venció a pesar de contar con el apoyo de Rusia. A partir de entonces en el corazón de los polacos-incluyendo a María- Napoleón se convirtió en el redentor de su país. Gracias al emperador francés, su patria se vería libre del opresor ruso. 

El 1 de enero de 1807, Napoleón que se dirigía de Pulstuck a Varsovia, se detuvo un instante para el relevo de los caballos en la puerta de la villa de Bronia. Un gentío colosal aclamó al que veían salvador de Polonia. El general Duroc, que a duras penas logro abrirse paso entre los conglomerados, escuchó una dulce voz femenil, que decía en francés:-Señor,señor, sacadnos de aquí para que le podamos ver un solo instante-. El general descubrió rápidamente quien era la dueña de esas palabras. Una damita de dieciocho años, hermosa y elegante, que destacaba sobremanera entre tanto obrero y campesino. Esa joven era María. Duroc no lo dudó. Tomó a la joven del brazo y la condujo hasta el coche de Napoleón. 

El emperador, galante, se quitó el sombrero y dirigió la palabra a la bella señora, pero Maria, le interrumpió, exclamando:-Mil veces seáis bien venido a nuestro país. Nada podría expresaros la alegría que sentimos al veros y los sentimientos que albergamos hacia vuestra persona-. Napoleón, cogiendo de su coche un ramillete, se lo entregó diciendo:-Guardadlo en prueba de mis buenas intenciones. Espero que nos veamos en Varsovia y entonces solicitaré las gracias de vuestra propia boca-. Duroc montó el coche y se marcharon.

Maria quedó mirando como su admirado salvador se despedía de ella agitando su sombrero. Poco le hacía pensar que lo volvería a ver, y aún menos, que en esa ocasión cambiaría su destino, quedando su nombre gravado en la Historia.

El traslado de el matrimonio Walewiski a Varsovia, fue motivado por tres circunstancias, primeramente, Anastasio lo decidió pensando que seria conveniente establecerse en el lugar donde se producirían los hechos de mayor importancia-a nivel político-, luego, contaba la influencia de una chismosa prima de Maria, que tras haberla acompañado a Bronia supo de la boca de su discreta pariente, el deseo de Napoleón de volverla a ver en la capital polaca, tanta fue su emoción, que animó encarnizadamente a la joven de naturaleza apocada a promover un segundo encuentro con tan querido emperador y por ultimo, tenemos los esfuerzos de Napoleón, este, hechizado por el encanto de la condesa, encargó al príncipe Józef Poniatowski, jefe de lgobierno provisional de Polonia, que diera con la joven de la cual entonces no conocía nada.

No fue juego de niños para Poniatowski hallar a la hermosa jovencita. Por suerte, su trabajo le dio sus frutos. Encontró la residencia del matrimonio Walewski en Varsovia, y una mañana se presenta para ofrecerle la invitación a un baile en honor del emperador. El príncipe sonreía a la joven con mueca extraña, como si alguna intención estuviera vedada en la propuesta. Maria se ruborizó, y como era de esperar, rechazó la invitación. Anastasio estaba atónito y ojiplático con la actitud de su esposa, ¿rechazar la propuesta del emperador? ¿del salvador de nuestra patria?, era inadmisible para el, obligándose a forzar a Maria a reconsiderar el convite. 

Poniatowski, aprovechó la actitud del conde para insistir:-Acaso el cielo quiera servirse de vos para restablecer la independencia de nuestra patria-. Comprendiendo el significado de tales palabras, al mandato de su marido se unieron los personajes importantes de la política polaca, solicitando su asistencia a tal evento, con el fin de favorecer a Napoleón y a través de el, a su país. 


Por fin llega el día y Maria acude al baile, pero con una condición: debía ser presentada conjuntamente con su marido, y no por separado, evitando ser el único objeto de presentación, lo que pudiera causar confusiones.


Maria acudió al baile, con la firme idea de no ser el centro de todas las miradas. Su atuendo no podía ser mas frugal, un vestido de raso blanco, sin lazos, guirnaldas, nada de adornos, y cubría su dorada melena una diadema de flores muy simple. Cuando la pareja entró en el palacio, Poniatowski se aproximó a ellos, con ayuda de sus ayudantes, se apresuraron a distraer a Anastasio, por fin dejaba a su mujercita sola. El hábil príncipe aprovechó y se dirigió a una incómoda Maria. -El os espera con impaciencia y os ha visto llegar estremecido de gozo. El ha hecho que le repitieran vuestro nombre para saberlo de memoria. El ha examinado a vuestro marido y se ha encogido de hombros diciendo: "! Desgraciada víctima ¡", y me ha dado la orden de invitaros a una danza. A Maria no le gustó nada aquellas palabras y tajantemente explicó que no iba a bailar. 

Napoleón contemplaba la escena de lejos, estaba hecho un manojo de nervios, deseaba que acatase, si no bailaba, el se vería comprometido, pues el éxito del evento dependía exclusivamente de ella. Cuanto más insistía Poniatowski, más obstinada se tornaba la condesa, la única opción que le quedaba al príncipe, era hablar con Duroc, y que el le explicara al emperador lo que sucedía. 

Alrededor de la linda dama se agruparon unos cuantos moscones, todos altos oficiales. El emperador, celoso, echó mano de su sutil inteligencia y los despachó uno a uno. 

El baile se suspendió: el emperador recorría todas las estancias intentando dar con la joven. Todo el trayecto fue muy agitado y cuando se encontraba con algún invitado y este se proponía darle conversación, Napoleón solo respondía estupideces, como si no pensara, porque su inteligencia y ojos solo estaban puestos en la mujer de sus sueños. 

Por fin logró dar con ella, cuando las vecinas de asiento de Maria se percataron de la imperial presencia, comenzaron a regalarle unos buenos codazos para que se levantara del sofá; se puso de pie, muy pálida y con la mirada baja -signo de honestidad-. Lo blanco con lo blanco no cae bien -objetó el emperador- . Para luego añadir:-No es éste el recibimiento que tenía derecho a esperar después... La dama no contestó. Mientras él la estuvo observando un momento. Más luego se marchó. 


Por fin la joven era libre para escapar, En el coche donde se dirigía a casa con su esposo, este la llenó de reproches. ¿Como podía suceder?, la joven no comprendía como su marido le reprochaba ser honesta, ¿acaso quería sacrificarla por patriotismo?, ¿o simplemente no captaba las intenciones del héroe de Polonia?. 
Llegando a casa, y mientras Anastasio le recriminaba lo poco amable que habia sido con el emperador, la joven aprovechaba para desvestirse. De pronto, la doncella hace llegar a la joven un billete que acababa de llegar.

Maria, asustada, preguntó quien la enviaba, la doncella aclaró que se trataba de un tal Poniatowski. La condesa aunque aturdida decidió abrirlo y leer su contenido, que rezaba de este modo: No he mirado ni admirado a otra cosa más que a usted. Deme contestación rápida para calmar el impacienta ardor de..., firmado, N. La condesa no podía estar más indignada y ofendida, ordenó a la criada que despidiera al príncipe-mensajero diciéndole que no habrá respuesta.

Cuando la buena mujer se lo comunicó, El príncipe la empujó violentamente, penetrando en la residencia. Llegó asta la habitación de Marie, esta se negó a darle entrada, Poniatowski amenazó, suplicó y rogó, todo eso no sirvió de nada y para evitar mayor bochorno, se marchó. Maria estaba hecha un guiñapo-sentimentalmente-, empezaba a replantearse sus ideales, su patriotismo le obligaba a ser obediente al nuevo redentor, pero su religiosidad le hacía ser honesta y salvar su reputación de cualquier circunstancia.

A la llegada del nuevo día la criada despertó a la joven con un nuevo billete, esta muy enfadada y cansada de tanta insistencia, mandó a la doncella quemar, tanto aquel sobre como el de la noche anterior. Luego su esposo le avisó de que en el salón se encontraban gente alta, incluido Duroc, que deseaban verla. La joven se disculpó ante Anastasio alegando sufrir jaqueca, no sirvió de nada. Pasmada se quedó cuando Anastasio hizo pasar a todos los invitados a la alcoba, Maria quería morir en ese momento. El "bueno" de Anastasio obligó a su esposa, delante de todos los caballeros, a asistir a la próxima cena que el emperador ofrecía a las autoridades. Aunque ella se escudaba en su falsa molestia, Duroc le aclaró que para cuando se realizara la comida ya estaría repuesta. A causa de tanta insistencia la condesa dio su consentimiento.


Por consejo de su esposo, visitó a una distinguida dama, Henriette de Puget de Barbentane, amante de Poniatowski, conocida por su nombre de casada, madame de Vaudan. Para, supuestamente prepararla para agradar al emperador,pero ambas no compartían el mismo concepto con respecto al verbo . Maria pensó en el inocente y la princesa en el más "picante", pues la tarea de adiestrar otra favorite en titre le resultaba la mar de gratificante.

Poniatowski
Madame Vaudan

La Vauban era una mujer muy liberal y liberada. Se había separado, convertido en una aventurera y amante de hombres influyentes, entre ellos José Bonaparte "Pepe Botella". Estaba dispuesta a "amaestrar" a la cándida y beata María. Primero intentaría quitarle de la cabeza los prejuicios contra la infidelidad femenina, asegurando, que en algunos casos las mujeres, sirven de sacrificio para la felicidad de su familia. El sacrificio de María consistía en ser complaciente con Su Majestad Imperial, todo por el bien de su marido e hijo, y sobre todas las cosas por el bien de Polonia.

María como buena patriota debería de comprender que cualquier abnegación por su adorada patria debería ser asumida y ejecutada de manera eficaz y sin resistencia. María en principio se resistió-como siempre-, de forma tajante, resaltando siempre su dignidad. A los argumentos de la marquesa surgieron las opiniones de las altas personalidades, que refutaban las ideas de la aventurera mediante una carta, que esta vez la joven condesa si se atrevió a leer. En la carta se citaban pasajes de la Biblia como Ester y Asuero. Para terminar de adornar la trama, pues María aun continuaba reacia, le entregaron otra carta del emperador.

En la misiva Napoleón le suplicaba su cariño y compañía para aplacar su solitario corazón, el cual estaba dispuesto a adorarla. María entraba por fin en el juego, comprendió que aquella era su misión o mejor dicho su sumisión, lo que el mundo, Polonia o incluso Dios esperaban de ella y no podía permitirse desilusionarlos. Para asegurarse de que no cambiaba de idea, el ama de llaves de la Vaudan permaneció cerca de ella toda la noche. Por fin llegó la cena, María estaba muy incomoda, aun con las aclaraciones de la marquesa y todo, en su fuero interior seguía sintiendo un enorme rechazo con la idea de convertirse en la amante de Napoleón. En el fondo tenía las mismas ganas de huir que en la noche anterior.


En la mesa, Maria fue colocada al lado de Duroc, enfrente de Napoleón. Se produjo entonces unas situación bastante cómica, el emperador mantenía una conversación gesticular con el mariscal, el corso le dictaba a través de gestos y muecas las preguntas que debía de formular a su bella vecina. Duroc no entendía muy bien a que se refería Napoleón, Maria a todo esto muy nerviosa y sorprendida por el extraño dialogo, finalmente Duroc halló la clave: debía preguntar a la condesa que había sucedido con el ramillete que el emperador le entregó en Bronia. Al hacerlo Maria contestó: que todas las flores las guardaba para su hijo Antoine. El mariscal le pidió que aceptara otras (¿flores?) que fueran de su agrado. La joven comprendiendo, o quizás sospechando segunda intención, se indignó como de costumbre. 


-No me gustan más que las flores- reprochó algo encolerizada. Duroc se desesperaba, otra vez estaba como al principio, empecinada en ser una dama cabal, no concebía que los esfuerzos realizados por Madame de Vauban no dieran el resultado esperado. Duroc cortésmente le prometió recoger laureles polacos para después entregárselos como regalo. Al concluir la cena el emperador se acercó a Maria, todos los comensales estaban impacientes por ver que sucedería o mejor dicho que le diría. -! No, no ¡ Con estos ojos tan dulces y amorosos, con esa expresión de belleza no se debe resistir ni complacerse en causar tormento, a no ser la más coqueta y cruel de las mujeres- , susurró Napoleón al oído de Maria ( con una voz más alta de la que pretendía).

Después de haberse marchado el emperador, los invitados rodearon a la condesa y le hablaron de cuan enamorado de ella se encontraba el emperador. Le repetían que solo ella sería capaz de salvar el país. Cuando quedó sola y se disponía a salir, Duroc le entregó un nuevo billete y un mensaje, pidiéndole qué acudiera a una cita. Maria quedó triste una vez marchado el mariscal, triste, pensando en que pozo o juego sucio se estaba metiendo o se había metido ya. 


La misiva de Napoleón no podía estar más cargada de dramatismo. Le exponía la ansiedad de poseerla y de recuperar la ilusión, Que el único obstáculo que impedía estar ellos juntos, se encontraba en ella misma. María estuvo unos cinco días pensándoselo, en estos las personas allegadas, ponían su granito de arena para animarla de nuevo. Al final pronunció las palabras que todo el mundo quería oír: Haced de mi lo que queráis.


Pero todavía conservaba esperanza de conservar su virtud. Napoleón no se atrevería a violarla, entonces si ella le expresara que solo espera de el compresión y afecto, que solo quiere ser una buena amiga y admiradora, que es una esposa y madre devota, tal vez, se apiadara de ella y le permitiera vivir de acorde a su moral y conciencia.

A eso de las diez de la noche un coche fue a buscarla. Cubierta por un velo, fue toscamente introducida en el interior del carruaje, una vez dentro, salieron a toda popa hacia la residencia de Napoleón en Polonia. Una vez delante del emperador. Maria rompió en un llanto profundo. El, atentamente se acercó a la joven, y la intentó confortar con palabras que escapaban al entendimiento de Maria. Solo comprendió una frase, Napoleón había expresado algo así como "tu viejo marido". Maria se indignó, puede que no amara a su marido, pero era su esposa y debía defenderlo. Se encontraba en una situación horrenda, sentía ser la peor de las esposas, partícipe de la humillación de su marido. Comenzó a sentir una repugnancia gigantesca por el adulterio que podía cometer, y buscaba en su interior la manera de salir del pozo de estiércol donde se encontraba. 

El emperador estaba extrañado, era la primera vez en su vida de apogeo, que una mujer se le resistía tan fuertemente. Todas sus conquistas, como emperador, se mostraban coquetas y gustosas de ser sus "favoritas". Esta Maria era diferente, y por eso la hacía mas atractiva a sus ojos, su negativa era un estímulo constante para el.

Intentaba escapar cuando Napoleón la agarró del brazo y la hizo sentar en un canapé. Comenzó entonces a realizarle una serie de cuestiones intimas, eso si, de un modo muy amable y afectuoso. Las inquisiciones estaban siempre relacionadas con el marido y su vida de casada. Maria para disuadirle de cualquier esperanza, comenzó a hablarle de su fervor religioso y su entrega absoluta a los dogmas cristianos, como por ejemplo, la fidelidad. El emperador estaba asombrado. En una sociedad frívola y vana como la suya, le era sorprendente encontrar a una damita con ideales y convicciones tan acentuadas. 

Por fin llamaron la atención a la joven advirtiendo de su vuelta a casa. Napoleón se despidió cariñosamente, pidiéndole, eso sí, que acudiera la noche siguiente. Maria sorprendentemente consintió. La joven terminó llevándose una agradable opinión de Napoleón, y pensaba,- Si no a pasado nada esta noche, mañana no tiene por que ser distinto-.


Al día sucesivo, la criada y cómplice, entregó a Maria un gran paquete, decorado con un refinadísimo gusto, lo que daba pistas sobre quien lo remitía. Al desenvolverlo, comenzó a surgir bellísimas flores de invernadero, entrelazadas con laurel y valiosísimos joyeros, en donde se encontraban unas guirnaldas y un broche de diamantes. 


La condesa se sintió como una cortesana mantenida. Ofuscada, lanzó los presentes al otro lado de su amplia alcoba. Volviendo la vista al envoltorio, encontró que aún no estaba vacío, había una misiva, ya sabemos de quien podría ser, y Maria, también estaba al corriente. Aun a si decidió abrirlo, y como no, leerla. En las letras, Napoleón expresaba su ya conocido amor. Que si ella lo deseara, su corazón estaría gobernado únicamente por ella. Le pedía que aceptara los regalos, y por supuesto que acudiera a la cita estipulada.

En la cena, Maria acudió sin el broche:-Majestad, dijo al emperador, no me gustan los diamantes y el presente era demasiado precioso como para considerarlo de recuerdo-. Napoleón no respondió, pero al terminar el banquete, los patriotas polacos introdujeron a la pobre condesa al pequeño salón donde el la esperaba con impaciencia. Napoleón ideó una estratagema, la cual le había funcionado con monarcas y severos diplomáticos, fingir cólera para conseguir doblegar con el miedo. Efectivamente, Maria quedó tan horrorizada que terminó por desmayarse. Ahora vamos con el episodio más deshonroso de la historia de Maria. El emperador, aprovechándose de la situación, hizo suya a Maria, violándola cuando ella estaba inconsciente. 


Al recuperarse, la joven comprendió lo sucedido. Ya había perdido la honra, lo que le quedaba era Polonia. Se acercó a Napoleón, que no dejaba de mirarla con gesto de contrito, y le dio su perdón. Napoleón la tomó en sus brazos y se dispuso a regalarle unos cuantos besos. Maria los interrumpió pidiéndole permiso para vivir con el, ya que al haber sido suya, debería estar a su lado, y no con el esposo ultrajado, al cual no tenia el valor de volver a ver. El emperador consintió de mil amores.


Desde ese instante se convirtió.......no en su favorita, sino en la esperanza de todos los polacos, para ellos era la salvación de su patria. Pronto Maria comenzaría a darse cuenta de que Napoleón, cumplía pocas veces con lo prometido. 


La figura de Maria no se deslució, al contrario, gozaba de más prestigio como amante del emperador, que como esposa del conde Walewski. Todo el mundo se presentaba para hacerle la corte, todos salvo su esposo, que aún se encontraba algo sobrepasado por la separación-aunque se la había buscado-. En cambio, las hermanas de Anastasio, la princesa Jablonowska y la condesa Birginska, no solo respetaron la decisión de su cuñada, si no que ellas mismas ocuparon el puesto de dueñas de la condesa. Maria era digna de respeto, comprensión, compasión y afecto, por la razón de que a estas personas no se les escapaba el calvario interior por el que estaba pasando. Sumémosle a eso su papel de "favorita". Conocía perfectamente la esterilidad del matrimonio de Napoleón y Josefina de Beauharnais, y sin embargo no había deseos en ella, aun sabiéndose joven y fértil, de ocupar el puesto de emperatriz. Con lo que resultaba muy inofensiva y nada peligrosa. 

Para Napoleón, María no seria una querida de paso, como lo habían sido Eleonore Denuelle de la Plaigne, madre de su primer hijo, Charles Léon, o Mademoiselle George. En ella encontró una especie de esposa, quizá fue mas esposa que Josefina. Tenía unas cualidades que Napoleón consideraba esenciales para una compañera, era sencilla, humilde, generosa, desinteresada, sin dobleces, natural, etc. No compartía con el las dignidades del imperio, ni de sus esplendores, pero ocupaba un gran puesto, embajadora de su pueblo ante el, además de el de su esposa polaca y dueña absoluta de su corazón, pensamientos, sueños y ensueños. 

Napoleón prometía mucho, pero cumplía muy poco. La situación en Varsovia era insostenible. Ya había obligado a Rusia a desocupar el territorio ocupado. Pero nada más, obligó, sí, pero los polacos querían acción, a lo que el emperador respondía que necesitaban tiempo, que no debían precipitarse. Según el, Polonia era rica en patriotas, pero no en buenos políticos, y ese tiempo del que hablaba, estaría destinado a su formación. Pues era necesario una sólida unanimidad. 


Un día, Napoleón anunciaba súbitamente que abandonaría Varsovia, aunque no la causa polaca. Maria quedó contrariada, ¿qué pasaría con ella?, el emperador le despejó las dudas aclarándole que le acompañaría, si ese era su gusto, claro. Napoleón trasladó entonces su cuartel central a Finckenstein, donde también se trasladó Maria, con la firme proposición de persuadir al emperador de cumplir lo prometido. Su existencia en ese lugar transcurría triste y monótona, que solo se veía interrumpida por las comidas con el emperador. Este era muy critico con su vestimenta, ya que siempre acudía con vestidos muy sencillos, y siempre de colores oscuros. A lo que Maria contestaba-Llevo todavía el luto por mi patria. Cuando la hayáis resucitado, vestiré de otro color. 



En 1808 se trasladó con su amante a París. Vivía algo apartada, pues no quería ser el centro de todas las miradas y comentarios. Sabía que en ese lugar Napoleón le era infiel y sospechaba además que estaba dejando de lado, aún mas, la causa polaca. Al año siguiente se instaló, sola,- pues el emperador se encontraba inmerso en el proceso de divorcio con Josefina- en Viena en una casa cercana al palacio de Schoenbrun. Pronto descubrió que estaba esperando un hijo, y tan pronto como lo supo, viajó a Walewice para que su hijo naciese en su tierra. Lo que aconteció el 4 de mayo de 1810. Fue un niño sano y grande, recibió los nombres de Alexander Florian Joseph Colonna Walewiski, como si su padre biológico fuera el conde Anastasio. Si de hubiera producido el natalicio unos meses antes, los polacos hubieran estallado en júbilo, pues conociendo que el emperador repudiaba a su esposa por infertilidad, sería muy probable que el corso considerase a su "esposa polaca" como su nueva consorte, más aun cuando esta ya le acababa de dar un hijo varón al que podría reconocer y nombrar heredero, y entonces la victoria de la causa polaca estaría mas que asegurada, pero se daba el caso que en abril Napoleón contrajo nupcias con la Archiduquesa María Luisa. 

Emperatriz María Luisa

¿Pensó Napoleón, convertir en su esposa a Maria?, sinceramente, creo que no, y Maria tampoco lo hubiera esperado. Los franceses no estarían dispuestos a que fuese su emperatriz, por mucho aprecio que la tuvieran como amante, y además estaba Anastasio, sería necesario otro divorcio, reconocer un bastardo, etc. 


La imagen de Napoleón frente a las grandes potencias era pésima, por lo que necesitaba aliados. Tras la victoria frente a los rusos en Friedland, en 1807, se estableció el Tratado de Tilsit con el Zar Alejandro I, por el que se redujo el territorio prusiano. Además, Westfalia y el Gran Ducado de Varsovia entre otros estados pasaron a formar parte del Imperio. Esto último fue la gran victoria personal para Maria. 


Pero además de los territorios el emperador negoció una posible boda con alguna de las hermanas pequeñas del emperador, Catalina y Anna. La familia del zar quedó horrorizada con la propuesta, sobretodo la emperatriz viuda Sofía Dorotea de Württemberg (María Feodorovna). La negativa fue tajante y contundente, con lo que Napoleón tuvo que encontrar un "útero" en otra corte europea. Se barajaron varios nombres, hasta que de repente un hecho cambió el curso del destino del corsito. El 6 de julio de 1809. Los franceses derrotaron a los austriacos el la batalla de Wagram, después de esto, ambos imperios firmaron una alianza, y gracias a la ayuda de Metternich, Francia consiguió una nueva emperatriz, nada menos que la hija mayor de Francisco I de Austria, María Luisa, una jovencita de 18 años, alta, voluptuosa, de piel sonrosada y cabellera rubio-rojiza, con la que Napoleón quedó muy satisfecho. 


Maria y su hijo regresaron a París a finales de 1810, a esas fechas ya se conocía la gran noticia, la emperatriz estaba embarazada. Pero a pesar de eso, el emperador seguía tratando con la misma estima a su amante e hijo. Les pagaba una renta de diez mil francos anuales, tenia además un palco reservado en los mejores teatros, y Duroc se encargaba de hacer realidad cualquier deseo de la "esposa polaca". Tampoco cambió su situación cuando el 20 de marzo de 1811 nacía en París el futuro rey de Roma, Napoleón II, que en esos tiempos fue la mayor ilusión del emperador. No solo es que les siguiera manteniendo y teniendo hacia ellos mimos y regalos.


La atención fue a mayores, cuando en una visita de Maria y su hijo a Palacio, Napoleón aparte de deshacerse en caricias y acentuar repetidamente el parecido entre Alexandre y su hermano Napoleón, condecoró al niño con el titulo de conde del Imperio. Fue muy emocionante para María ver reconocido a su hijo con ese gesto, porque en parte en parte ese era el autentico regalo que ella merecía por su entrega absoluta a su patria y a Napoleón.


. Las relaciones con Rusia comenzaban a torcerse precipitadamente, en principios de 1812 la guerra se tornaba inminente. María y sus compatriotas se llenaron de esperanza, pues esa derrota al enemigo ruso, podría significar la salvación definitiva de su querida patria. No sospechaban ni por un segundo que aquella contienda traería consecuencias terribles, no solo para Polonia, si no también para Napoleón, con lo que ella se vería doblemente perjudicada.

Conde d'Ornano

Pero la cuestión no fue tan hacedera de resolver como ellos pensaban. En la propia Polonia existían nobles y grandes latifundistas que eran seguidores de Rusia para asimismo lograr conservar sus posesiones y su despotismo remedado del ruso. Y la población, escasamente o nada informada, era una muchedumbre inactiva sin manifestación. Sólo la burguesía y los pequeños nobles se enaltecían con los motivos patrios. En 1805 se había constituido la Santa Alianza y en la disputa poderosos e prestigiosos personajes europeos tomaban enfoques frente al emperador. 

Al final, Napoleón atacó Rusia y fue vencido por el frío y las armas zaristas que consiguieron incendiar Moscú para impedir que fuera usurpado por el corso. La funesta retirada le hizo pasar cerca de Varsovia pero no tuvo el valor suficiente de saludar a Maria, que en esos momentos ahí se encontraba. Para la cual la derrota le costó más de una lagrima, se sentía una deshonra para su País, y no dejaba de culparse por eso, por no haber sacado adelante la misión, ya que la causa polaca estaba perdida. 

Luego Napoleón fue exiliado en la isla de Elba, donde fue acompañado entre otros su madre Leticia, o su hermana Paulina, princesa Borghese. Maria Walewska, movida tal vez por un sentimiento de amor mezclado con fidelidad, fue a visitarle con su hijo Alexandre, -cosa que no hizo la emperatriz, pues había huido con su hijo Napoleón II a la corte de Austria-. La generosidad de Maria la impulsó a ofrecerle sus joyas al emperador, además de ofrecerse a vivir con él, lo que Napoleón rechazó, y no solo eso, sino que le regaló sesenta y un mil francos ya que hacia mucho que no recibía la pensión estipulada. Pasaron unos días muy felices los tres, en estos se comportaban como una autentica familia, compartían paseos, cenas, etc. 


La última vez que ambos se vieron fue en la restauración del Imperio, es decir en los Cien Días, fue en un acto público, donde un Napoleón emocionado cogía la mano de su eterna amada y la estrechaba contra su pecho, mientras ambos gemían en profundo llanto. 

Después la derrota de Waterloo y el exilio definitivo a Santa Elena. 

Maria quedó viuda al fallecer su esposo el 18 de enero 1815, en Walewice. Para sorpresa de todos, la todavía joven y hermosa condesa rehizo su vida sentimental, casándose en Bruselas, el día 7 de septiembre 1816 con el conde Philippe-Antoine d'Ornano, corso y lejano pariente de Napoleón, el cual al enterarse de lo sucedido no presentó objeción alguna, Quizá pensó que ella lo había amado con sincerad y por ello defendía su felicidad. 

El nuevo matrimonio se vería compensado con el nacimiento acontecido en Lieja (Bélgica) el 9 de junio 1817 de un hijo, Rodolphe. 
La felicidad de Maria tampoco resultó duradera esta vez, el nacimiento de su hijo la debilitó duramente, y no volvió a recuperarse, sucumbiendo en París el 11 de diciembre 1817. Moría con solo treinta y un años pronunciando por última vez el nombre de su salvador: Napoleón. 
Está enterada en Pere Lachaise.

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