Lord Waterford; el marqués loco.
Entre la bruma londinense se aproxima una joven doncella, la cual se dirige desde la casa de sus padres, a trabajar a la de sus empleadores. Esta mujer, que se llama Mary Stevens, percibe que aquella noche de octubre el ambiente está más enrarecido de lo normal. A pesar de que la sombría nebulosa recubre todo el escenario, no es eso lo que la aterra; se siente vigilada, seguida, como si un gélido aliento soplara en su nuca mientras camina. Le produce algo de reparo atravesar el gran parque de Clapham Common; a estas horas se ha convertido en una inmensa boca negra de 89 hectáreas. No queda otra que armarse de valor y proseguir su camino, pues llega tarde. Al instante de cruzar, una alargada sombra negra salta sobre ella y la inmoviliza. La fantasmal criatura que emite una risa chillona y burlona, le besa la cara con nerviosismo mientras le rasga la ropa para tocar todo su cuerpo con sus helados dedos. Desesperada grita, grita y grita hasta que el personaje, temiendo ser descubierto, se aleja saltando de forma sobrenatural. La muchacha algo recuperada de aquel susto, decide denunciar ante las autoridades de la zona el avistamiento de este macabro ser. Segun ella, parecía algo ajeno a este mundo por sus garras frías de cadáver y su manera de saltar. Era el año de 1837.
Al día siguiente, otro incidente similar sucede en un solitario camino a las afueras de la City. En esta ocasión la víctima es un cochero al cual hace perder el control y estrellarse contra un muro. Varios testigos afirman que eludió ser apresado saltando una pared de casi tres metros de altitud. Desde ese momento la policía se dispuso a organizar redadas para dar con él, sin éxito.
No hubo de esperar demasiado para que la prensa pusiera el foco sobre el extraño ser. Las noticias sobre el supuesto agresor se multiplicaban por todo el país. La histeria colectiva medraba a la par que las ganancias de los periódicos. Bautizaron a la criatura como Spring-Heeled Jack. Segun estos informes, el individuo se desplaza saltando como si tuviera muelles en los tacones, ataviado con capa y casco. Posee un semblante demoníaco provisto de una voz aguda con la que se comunica en un inglés bastante aceptable. Para terminar de trazar este aterrador retrato se afirma, además, que desprende llamaradas de varios colores.
Según muchos escépticos, Spring-Heeled Jack no era más que la broma pesada de algún provocador. Dado que aquel mismo año de 1837 se habían producido otros dos actos vandálicos perpetrados por la obeja negra de una importante familia irlandesa, no sería improbable que aquella alma descarriada estuviera tras esta gamberrada.
Para entender esto, hay que retroceder meses atrás, pues el 6 de abril un grupo de jóvenes nobles procedentes de una cacería de zorros se presentaron en una tasca de Melton Morway. Estos tipos eran unos chavales con mucho dinero, pero con más tiempo libre. El líder de la panda era muy alto, esbelto, pelirrojo, con porte de caballero y una aureola de superioridad con cierto toque burlón. Atendía al nombre de Henry de la Poer Beresford, marqués de Waterford.
Dibujo que representa a la madre de lord Waterford |
Había nacido en Irlanda el 26 de abril de 1811 como el tercer hijo -segundo varón- de los anteriores marqueses, Henry y Susanna. Crece feliz y tranquilo hasta que a una edad temprana pierde a su hermano mayor, George, y a sus padres en apenas tres años, lo que le convierte en marqués con solo quince. Al primer momento es guiado por los consejos de su hermana Sarah, que al ser la primogénita adopta un rol maternal hacia sus hermanos pequeños. Esta situación perdura hasta que esta contrae matrimonio con el conde de Shrewsbury. Henry es un chico rebelde, no se adapta a las normas; verse dueño de un inmenso patrimonio tan joven le lleva a perder los estribos. Llena el vacío ocasionado por la ausencia de sus padres con la compañía de aristócratas gamberros, quienes le hacen la bola para disfrutar de su fortuna.
Con esa gente se encuentra en la taberna anteriormente mencionada. Habían bebido ya más copas de lo normal con lo que el encargado del establecimiento les quiso cobrar antes de permitirles el acceso. Una vez allí se percatan de la existencia de varias latas de pintura roja colocadas en el suelo junto a la puerta de entrada; ya que el edificio estaba siendo remodelado. No pudiendo reprimir sus traviesos instintos se arman de brocha y cubo, disponiéndose a bañar de tinte todo lo que encuentren, incluido el pobre mesero. No contentos con eso, tiñen de rojo los edificios que comprenden entre Market Place y Burton Street. Arrancaron el letrero de un hotel, derribaron un carruaje cuyo ocupante estaba dormido. Se rebelaron contra la autoridad amenazando y golpeando a los policías locales que acudieron a reducirlos. Al día siguiente el Marqués quiso enmendar su error pagando de su bolsillo todas las reparaciones de los daños causados por sus amigos y el mismo. De todas formas no se libraron de que el tribunal de justicia les obligase a pagar a cada uno la multa de 100 £ por asalto común. Tras este evento la frase paint the town red (pintar de rojo la ciudad) se popularizó en el idioma inglés.
En el verano de ese año Henry volvió a ser noticia. En esta ocasión había decidido que para mitigar el tedio de su apacible vida lo más adecuado es embarcarse con sus amigotes en un crucero de placer a bordo del yate Charlotte, propiedad del Real Escuadrón de Yates. Su destino es el puerto de Bergen, Noruega, desde donde pretenden viajar hasta el Polo Norte. Pues bien, nada más llegar, Henry empieza a dar la nota. No ha hecho más que bajarse del barco cuando se enrolla con una joven de la zona, con la que se va de juerga causando no pocos destrozos. En estas circunstancias, un guardia urbano alertado por la algarabía se dirige a la pareja y sin dudarlo un segundo le atiza un severo golpe en la cabeza con su maza lucero del alba. El marqués fue llevado inconsciente a un hospital local, donde acabó recuperándose de sus heridas. Más adelante el incidente fue nuevamente juzgado, esta vez en Bergen, quedando Henry absuelto, obligando al vigilante a pagar los costes del proceso.
Regresaron a Londres a finales de septiembre. Esta circunstancia sugiere que, muy probablemente, pudiera ser la persona detrás del espectral asustador nocturno que amedrentaba a los ciudadanos desde octubre de aquel año. A favor de ello se podría argumentar que Spring-Heeled Jack cubría su cabeza para ocultar las cicatrices que se llevó Henry como recuerdo de Noruega; y también, un testimonio que sostenía haber observado una W (Waterford) bordada en la capa del siniestro perturbador. Una vez encendida la mecha, muchos más personajes se sumaron para aportar su grano de arena para desenmascarar al bromista. Un posible desencadenante pudo ser una discusión que mantuvo con un policía, el cual le había sorprendido abusando de una joven. Esto pudo llevarle a actuar movido por rencor hacia las mujeres, pero también hacia las fuerzas del orden.
Por todos eran conocidos sus peleas, borracheras; era capaz de hacer cualquier cosa por una apuesta. Era lo suficientemente ingenioso para fabricar un disfraz que simulara los efectos atestiguados por las víctimas de aquel ser. Efectos engrandecidos por la distorsión de los recuerdos de los testigos, como también de la leyenda popular que se estaba creando. Desafortunadamente, nunca se encontró ninguna prueba incriminatoria contra el.
Sea como fuere, parece ser que su estrafalario comportamiento empezó a serenarse conforme fue madurando. Al inicio de la década de 1840 un nuevo pasatiempo llegó a su vida, las carreras de caballos. Este
Louisa Stuart |
entretenimiento acabó por darle un verdadero sentido a su vida. Se volvió tan apasionado que incluso se animó a participar el mismo montando uno de sus corceles. En este nuevo ambiente empezó a notar como se prendaba de una de las nobles damas de alta sociedad. Esta joven se llamaba Louisa Stuart, era la hija más joven del Barón Stuart de Rothesay. Mujer agradable, pintora aficionada, poseedora de una belleza típicamente británica. Al poco de comenzar a interactuar, caminaron velozmente al estadio del flirteo. En 1842 se armó de valor para pedir su mano, la cual fue concedida sin mucha reticencia, casándose el 18 de junio.
La flamante pareja acabó instalada en una de las propiedades que Henry poseía en su tierra natal, la espectacular mansión de Curraghmore. En este entorno evocador fueron construyendo su apacible hogar marital. Aunque los hijos nunca llegaron, Louisa continuó ejercitando sus dotes para la pintura, creando unas preciosas acuarelas de estilo prerrafaelita, en cambio el marqués mantuvo su amor por los equinos. Desgraciadamente aquella sana pasión que le había apartado de su desordenada juventud fue la que terminó por darle muerte. El 29 de marzo de 1859 Henry caía de su caballo en Corbally causándole la muerte en el acto. Sólo tenía cuarenta y siete años.
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